miércoles, 24 de noviembre de 2010

Este vale la pena leerlo...

El Derecho ha sido una de las construcciones intelectuales más grandes creadas por la mente humana. Ha sido, sin duda, el mejor sistema de verdad objetivizada que ha regido la conducta de estos, inclusive más que cualquier otra religión (podriamos decir, inclusive, que son eternos competidores entre sí, hasta que llegaron a ser enemigos); ya que el derecho previó, con certera razón, el libre albedrío, el cual nos permite optar por esta o por aquella decisión, inclusive aunque se nos amenace con la “furia del Dios más fuerte” de todos los que nos han dicho que existen en el “más allá”. El derecho nos ha dejado satisfecha la pretensión de certeza; certeza de lo que pasó, está pasando o pasará, y que al no tenerla nos provocaría temores ante la vida. Al respecto, posiblemente el miedo ha sido el motor que ha movido a los hombres a generar mecanismos de certeza. El miedo a lo desconocido es hoy tan latente como al principio. Ese miedo es el que nos llevó ha fabricar una vida en conjunto con nuestro iguales, y de ahí el ser humano se percató de que la vida era más fácil vivirla juntos que solos. Pero, ¿qué paso con aquellos fenómenos que seguían sin explicación como los rayos que caían del cielo, el fuego que destruía árboles y pastizales, los terremotos que sacudían la tierra o diluvios que inundaban cuanto tenían a su alcance entre otros tantos fenómenos sorprendentes? Sin duda, no nos quedó más que pensar en que existía algo sorprendentemente superior a nosotros, algo que regía de cierta manera nuestras vidas, y así llegamos a la conclusión de Dios. Pero para mantener vigente a ese Dios, hubo la necesidad de preservarlo a través de mitos, ritos y símbolos, que trascendieran a través del tiempo. Construimos templos, imágenes alusivas, y ceremonias ritualistas. Dios se mantenía gracias a mito, al símbolo y al rito, y la creencia en este ser nos daba tranquilidad puesto que de él se infería la certeza que tanto anhelamos. Dios regía entonces nuestra vida, nos daba normas las cuales teníamos que acatar para vivir en paz, en orden, pero, faltó algo lo cual no garantizó las prescripciones que ordenaban sus normas y Dios no pudo controlar la libre decisión de las personas, o al menos la de todos. El hombre se vio en la necesidad de crearse el derecho como reglamentación de su conducta con un ingrediente que había hecho falta anteriormente: la coacción.

Acordado que el derecho substituiría como un nuevo sistema de verdad, o al menos más eficiente que el primero, hubo quien pretendió asimilárselo a ese Dios que no pudo por sí mismo reglamentar eficientemente la conducta de los seres humanos. Se dijo que el derecho creado por el hombre tenía su fuente formal en las leyes divinas. Posteriormente, este pensamiento evolucionó y si bien se le siguió denominando derecho natural, ahora su fuente formal ya no eran las leyes divinas, sino la razón. Con el desarrollo de la técnica el hombre desarrolló el conocimiento científico. No partía ya de un dogma, sino de datos comprobables y falsifiables. Fue entonces que la corriente positivista impactó en el derecho, y los juristas le otorgaron al derecho el carácter de ciencia. La fuente formal ya no era la ley divina, ni la evolución de la razón, sino la norma fundamental; el único derecho era el positivo y nada más.

El carácter de ciencia del derecho obligo a crear sistemas teóricos que sólo lo describieran y, no así, lo juzgaran, lo que lo llevó a su deshumanización, es decir, el derecho era simplemente la norma escrita, sea justa o injusta, y esto, inevitablemente fue en perjuicio del hombre. Así, el jurista reconsideró aquellos valores fundamentales que, por el simple hecho de ser personas, tenemos y hubo una reivindicación del derecho natural; necesitamos de dos Guerras Mundiales para reconsideralo, entonces el Estado ya no otorgaba derechos a las personas, lo único que hacía era reconocerlos.:: 




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